Tuesday, March 31, 2009

Friday, March 27, 2009

Thursday, March 26, 2009

Mis bateros favoritos (parte IV)


16 años. Se acabó el colegio. Antes de salir de La Inmaculada pude ganar, junto a Chicho y a Santiago, el primer puesto de los "Juegos Florales". Después de eso, no volvería a ganar otro concurso en mi vida.
Luego vino el examen de ingreso. Sin ganas y sin darme cuenta, ya era universitario. En medio de los grandes jardines de la Católica, andaba tan perdido como los animales de granja que llevaban a la Facultad de Arte para que los alumnos pudiéramos dibujar.
Rara vez iba a clase. Prefería mirar a las chicas (en 11 años de colegio no había visto nunca a una).
Me hice amigo de un baterista (cuyo nombre no recuerdo, pero que tenía un grupo llamado "Pelo"). Me enseñó a escuchar a Yes (el pata hablaba de la introducción de "Heart of the Sunrise" como si se estuviera metiendo un polvo).
También conocí a Chachi, que me presentó a Genesis (con Gabriel, el merfi). Y, finalmente, a Guillermo, que tenía toda la colección de Rush.
El escultor Pablo Blanco, por aquel entonces tan estudiante como yo, me contó que el grupo de su pata el Mono necesitaba un baterista. Acostumbrado a lanzarme a la piscina con las baquetas parchadas, fui en busca de aquel primate musical. El local de ensayo quedaba en la avenida México. Avenida que, dicho sea de paso, solo conocía de las veces que la atravesaba para ir al estadio del Alianza Lima. La cita se concertó a las 7 de la noche en el paradero del Enatru y el Mono estuvo ahí puntual. Con una zampoña en la mano y una flauta que se escapaba de su mochila, adiviné inmediatamente que se trataba de él.
En el camino conversamos sobre gustos musicales y me pude dar cuenta de que no teníamos nada en común. El Mono hablaba con una voz aguda, como cuando Melcochita imita a un gato en alguno de sus chistes. Se movía con la harta lleca que te da vivir en un barrio de La Victoria y destilaba ese humor criollo y pendejo que le queda bien a la gente sincera. Ese día estrenaba unos notorios rasguños en la cara, producto de un encuentro con los travestis de su cuadra. "Malean a los chibolos" fue su explicación.
Tras una caminata de unos quince minutos, llegamos a un gran almacén lleno de cajas, máquinas viejas que no reconocí, pilas de periódicos amarillos con anuncios de los 60s y un par de amplificadores de edad indefinida. Y entre todo ese material de museo, dos guitarristas y un bajista. Una vez dados los saludos de rigor, me pude fijar en la batería. Era una Ludwig plateada al más puro estilo"Beatle" que me llenó de una, hasta ese entonces desconocida, emoción "nuevaolera".
Después de comprobar que todos estuviésemos afinados, el Mono lanzó una cuenta regresiva y ahí arrancó la cosa. Nos pusimos a "jammear" (o a huevear, que es prácticamente lo mismo). Entonces, se me dio por hacerme el muy rico improvisando unos ritmos a lo King Crimson (o sea, cualquier cojudez dado que jamás he llegado a entender qué es lo que hace esa gente) y los patas me seguían sin mayores contratiempos. Pensaba "Estos músicos son buenos. Hasta ahora ninguno me ha mandado a la mierda".
A eso de las 11 de la noche el Mono me acompañó de regreso a tomar el Enatru que cruzaba con Angamos, rumbo a mi pituco Monterrico. No sin antes decirme que los ensayos eran lunes, miércoles y viernes de siete a diez de la noche y "no me vengas con huevadas o te machuco". Fue así como me di cuenta que ya era miembro de la banda.
Y el nombre de la banda era "La Última Pieza".

Al día siguiente Pablo me preguntó que qué tal el ensayo. Le dije que había estado de puta madre. Que los patas tocaban como el carajo y que si no iba a ensayar, el Mono me iba a meter taba como a los travestis de su cuadra. Pablo me reveló el secreto de tanta maravilla: eran estudiantes de conservatorio.
Uy, curuju. Conservatorio. No lo pude asimilar y por un buen tiempo me creí la última Coca Cola del Sahara.

Con el ir de los ensayos fui conociendo mejor a mis nuevos amigos. Por ejemplo, el Mono. Era capaz de tocar cualquier instrumento del ande y las canciones estaban llenas de arreglos para quena. El primera guitarra era fan perdido de Santana. El segunda guitarra solo tocaba la acústica. Y en los descansos interpretaba temas propios con un alto contenido social (debo admitir que a veces me sonaban a apología senderista). El bajista era salsero. Y yo, un imitador de baterista de rock progresivo.
¡Fuimos el antecedente de La Sarita! Pero nadie se enteró.

Mis bateros favoritos (parte III)

China, china, china

Wednesday, March 25, 2009

Me tomo ésta y me voy

¡No nos ganan, negrito!




La chica de la foto se llama Mara Carfagna y es la Ministra de Igualdad de Oportunidades del Gobierno de Berlusconi. Aunque con un presidente como ese, lo de "Igualdad de Oportunidades" suena más bien a cacha.
Pero ese no es el punto. El punto es que en el concurso "¿Quién es la política más linda del mundo?", organizado por la página web del diario español 20 Minutos, tenemos a dos peruanas ocupando el primer y segundo puesto: Little Luciana y Meche Aráoz.
¿Adivinan quién está en tercer lugar? Mara, la italiana.
Este resultado me dejó pensando. Si mi capacidad de diferenciar un cuerazo de un cuero no me falla, entonces, estas son mis conclusiones:
1) A pesar de tener la peor selección de fútbol y un congreso vergonzoso, los peruanos estamos atravesando una ola de orgullo patrio con palmada al pecho que nunca antes había visto. Algo así como "La Generación Gastón Acurio".
2) Con tal de ganar (un concurso, un partido, etc), nos importa un carajo si nuestra representante, la señorita León, tiene oscuros vínculos con ratas, cucarachas y otros bichos.
3) ¿Por qué hay tanta gente hueveando en internet? ¿Todavía existen las colleras de barrio?

Tuesday, March 24, 2009

Thursday, March 19, 2009

Wednesday, March 18, 2009

Homo Erectus


Ya salió Dedo Medio, la revista más paja del Perú ¡No la compren!

M al cuadrado

Monday, March 16, 2009

Sunday, March 15, 2009

Guillermo Thorndike (Una crónica de Beto Ortíz)




Bandido amor

Ese era el título de la teleserie que íbamos a escribir juntos. Aunque eso de “escribir juntos” sea demasiada pana de mi parte, en realidad. Él, como siempre, tenía la historia escrita de cabo a rabo y me había elegido para convertirla en el guión de un policial. Su personaje central era, por supuesto, un delincuente: el celebérrimo Loco Vicharra y la trama se centraba en todo el huracán periodístico que, en torno a sus romances, se formó. El proyecto, sin embargo, como tantísimos otros proyectos peruanos, abortó y yo me quedé como el futbolista interbarrios que se pierde la soñada oportunidad de jugar con Maradona. De lo que sí me puedo jactar es de haberme amanecido pariendo la primera crónica de mi vida a lo largo de muchas horas de dolor, sin atreverme siquiera a mirar atrás, sudando frío del solo terror de que sus inmisericordes ojos azules pudieran estar leyendo mientras escribía. Este es, apenas, un flaco tributo que no le hace ninguna justicia pero que, por lo menos, tiene un titular genial porque salió de su cabeza. Este es sólo un pobre articulito que se salvó de llamarse “Guillermo Thorndike y yo”.

Me llevaron ante él como se lleva a un monaguillo frágil ante un papa tremebundo. Yo era un estúpido de 21 años, estaba aún en la de Lima y solapeaba un poco mi almita nerd con un corte de pelo Soda Stereo, un polito de Tracy Chapman, las mismas All Star de caña alta que ahora se ponen los emos y el mismo estudiado aire sombrío que me otorgaba ese innecesario sobretodo negro hasta el tobillo que el film Matrix pondría de moda una década después. Por esos días yo era una especie de negro humorístico, me cachueleaba –como ahora- escribiendo payasadas: historietas aptas para todos, falsos horóscopos, chistes absurdos que otros dibujaban y firmaban. Un día, mi jefe –Alfredo Marcos, el inagotable men de los calatos- vino a decirme que había puesto mi nombre en una lista de jóvenes que serían convocados para trabajar en un diario que estaba a punto de aparecer. Me recomendó que buscara lo más presentable que hubiera escrito porque, ese lunes de enero a las diez, tenía cita con Guillermo Thorndike. Yo –en mi presunta condición de humorista cachorro- sabía perfectamente quién era él. Sabía que debía sentirme, digamos, David del Aguila siendo fichado por Emilio Estéfan. Sabía bien que se me estaba apareciendo la virgen. Lo que no sabía era de qué modo quedaría sellado mi destino. Ese lunes de enero a las diez, los mismos ojos endemoniadamente azules con que Thorndike lo había visto casi todo, vieron en ese absoluto atorrante al germen de un reportero.

Con tanta luminaria junta, el vestíbulo de la bonita casona de Javier Prado a la que habíamos sido citados parecía la antesala de una audición de Broadway. Músicos, poetas y locos, todos los antihéroes de mi adolescencia disfuncional estaban allí: Rafo León, Jorge Pimentel, Eloy Jáuregui, Rocío Silva Santisteban, Oscar Malca, Goyo Martínez, Jorge Frisancho y con ellos, una caterva de imberbes cuyos nombres sonarían fuerte años después: Phillip Butters, Elsa Ursula, Iván García y, sin ir más lejos, Andrés Edery, (el dibujante que hoy ilustra esta página y al que, en aquel entonces, una unidad móvil del diario recogía a la salida del colegio) and last but not least, otro nene hiperactivo de melena rubicunda que se la pasaba hueveando por la naciente redacción, cabalgando sobre el lomo de un giant terrier: Augustito Thorndike. Cuando llegó mi turno de comparecer ante su mítico papá, chapé mi sobre Manila y se lo entregué, algo tembleque pero siempre pegándola de autosuficiente. Era un recorte del suplemento “NO”, un relato en el que -con suma crueldad- detallaba las vicisitudes de un pobre niño gordo y pavo que se había meado en la cama hasta los doce años: yo. La estentórea risotada de Guillermo resonaba en aquella casa semivacía como si alguien hubiera hecho estallar bombardas de navidad. Leía un párrafo, se carcajeaba, se congestionaba todo, sudaba, bufaba, hacía una pausa para respirar y continuaba con la lectura, absolutamente absorto. Con la cara toda colorada como una manzana acaramelada, aquel gigante tierno al que yo había creído tan temible se estaba divirtiendo como un niño. Poco le faltaba para tirarse al suelo de la risa. “La chamba es mía” –pensaba yo, alucinándome el nuevo Sofocleto pero cuando Thorndike terminó de leer, me escrutó unos segundos por encima de los lentes que tenía puestos siempre a media nariz y su mirada de entomólogo me convirtió en un bicho, un chanchito de tierra al que acababan de clasificar:

Muy bien.Vas al dominical.
¿Sección de humor?
No. Humoristas ya tengo. Necesito grandes reportajes. ¿Has hecho reportajes?
Nunca.
¿Crónicas?
Tampoco.
No importa. Aquí los va a hacer. ¿Cuántas palabras tienen estos relatos tuyos?
Unas seiscientas.
Aquí vas a escribir, mínimo, siete mil palabras.
Glup…
Grandes historias con mucho despliegue gráfico, seis páginas cada domingo, ¿podrás?
Sí, claro, normal.

¿Sí?, ¿claro?, ¿normal? ¿SIETE MIL palabras? Ni siquiera juntando todo lo que había escrito en mi vida –composiciones escolares incluidas- hubiera podido sumar siete mil palabras. Acababa de firmar mi sentencia de muerte. Más temprano que tarde aquel ogro reilón me iba a terminar devorando con zapatos y todo. Si siempre me había tomado veranos enteros completar las mil palabras con las que perdía todos los años el concurso de cuento de Caretas, ¿de dónde iba a sacar siete mil fuckin’ palabras CADA SEMANA? ¿Cómo se me ocurría aceptar semejante encargo? Y además, ¿para qué me metía a escribir cosas en serio si yo no quería ser reportero ni cronista?, ¿acaso lo que quería no era convertirme algún día en el Nicolás Yerovi del 2000?

¿Ya tienes algún tema para tu primer reportaje?
No.
¿No hay algo sobre lo que quisieras escribir?
Bueno, yo…
No importa. Escribe sobre el quechua.
¿El-que-chua?
Sí, el quechua. Un reportaje sobre el quechua.
Pero…¿qué pasa con el quechua?
No sé. Averigua.

Pruebe el lector a escribir no siete mil sino ¡siete!, escriba apenas siete palabras sobre el quechua, a ver qué le sale. Nada, claro. Y eso fue lo que me salió durante los siguientes días desesperados: nada. Alentado por el sensei Kike Sánchez, a la sazón mi estoico editor, entrevisté a todos los especialistas, a todos los filólogos, a todos los quechuistas que existen sobre la tierra, pero a la hora de sentarme ante la máquina de escribir, lo único que me salía eran unas parrafadas intragables, dignas del peor Bruño. Boté montañas de papel al tacho, me acabé varias cajetillas de Premier y una lata entera de Nescafé, me amanecí de miércoles para jueves masacrándome los dedos contra las teclas y como el jueves se pasó volando y no había terminado, me amanecí también de jueves para viernes. El reloj dio las cinco de la tarde, La hora H había llegado. Thorndike tomó entre sus manazas el fajo de papeles tachoneados, los leyó sin hacer ni un solo comentario, sin reírse, sin mover una ceja y cuando hubo terminado de leer, aquel gigante temible al que yo había creído tierno rompió, iracundo, mi artículo y lanzó los pedacitos por los aires.

-Esto es una buena mierda. Escríbelo otra vez.

Y como cuando se escribía a máquina, no había control + s ni USB, escribirlo todo otra vez significaba exactamente eso: empezar desde cero. Lo escribí todo de nuevo, claro. Varias veces, hasta que, por fin, la versión número cuatro o cinco le gustó. Y así, mi primer reportaje salió publicado en la primera edición dominical de “Página Libre” bajo el título que, por supuesto, él le puso: El turno del ofendido. Aquí lo tengo bien enmarcadito, colgado en la pared de mi escritorio para no olvidarme nunca -NO PAIN, NO GAIN- de aquella severísima lección de amor. Es difícil escribir bien pero se aprende.

Gracias, Guillermo.

Friday, March 13, 2009

Thursday, March 12, 2009

Kinita:


Juan Acevedo, Diego Rondón y quién sabe cuántos más. Con tanta competencia nunca vas a saber que existo. Y encima mi dibujo es en blanco y negro. Si me estás leyendo, te prometo que mañana publico unos a color.

Sunday, March 08, 2009

Tuesday, March 03, 2009

Algunas ilus del finde para P21




Como se puede apreciar, los estilos son diferentes. Es la inteligente estrategia que utilizamos junto a los editores para que parezca que somos un montón de dibujantes. Eso, o es que se me pasó la pastilla de por la mañana para mitigar la bipolaridad.

Sunday, March 01, 2009

Mensaje del Gobierno Peruano a la juventud


Muchachos:
Dedíquense al hueveo. Dedíquense a robar, chupar o drogarse. Dedíquense, finalmente, a la política y la burocracia. Pero no se les ocurra nunca dedicarse al deporte. Porque no los apoyaremos. Y en caso alguien ganase un Título Mundial, jamás se lo reconoceremos.