Thursday, March 26, 2009

Mis bateros favoritos (parte IV)


16 años. Se acabó el colegio. Antes de salir de La Inmaculada pude ganar, junto a Chicho y a Santiago, el primer puesto de los "Juegos Florales". Después de eso, no volvería a ganar otro concurso en mi vida.
Luego vino el examen de ingreso. Sin ganas y sin darme cuenta, ya era universitario. En medio de los grandes jardines de la Católica, andaba tan perdido como los animales de granja que llevaban a la Facultad de Arte para que los alumnos pudiéramos dibujar.
Rara vez iba a clase. Prefería mirar a las chicas (en 11 años de colegio no había visto nunca a una).
Me hice amigo de un baterista (cuyo nombre no recuerdo, pero que tenía un grupo llamado "Pelo"). Me enseñó a escuchar a Yes (el pata hablaba de la introducción de "Heart of the Sunrise" como si se estuviera metiendo un polvo).
También conocí a Chachi, que me presentó a Genesis (con Gabriel, el merfi). Y, finalmente, a Guillermo, que tenía toda la colección de Rush.
El escultor Pablo Blanco, por aquel entonces tan estudiante como yo, me contó que el grupo de su pata el Mono necesitaba un baterista. Acostumbrado a lanzarme a la piscina con las baquetas parchadas, fui en busca de aquel primate musical. El local de ensayo quedaba en la avenida México. Avenida que, dicho sea de paso, solo conocía de las veces que la atravesaba para ir al estadio del Alianza Lima. La cita se concertó a las 7 de la noche en el paradero del Enatru y el Mono estuvo ahí puntual. Con una zampoña en la mano y una flauta que se escapaba de su mochila, adiviné inmediatamente que se trataba de él.
En el camino conversamos sobre gustos musicales y me pude dar cuenta de que no teníamos nada en común. El Mono hablaba con una voz aguda, como cuando Melcochita imita a un gato en alguno de sus chistes. Se movía con la harta lleca que te da vivir en un barrio de La Victoria y destilaba ese humor criollo y pendejo que le queda bien a la gente sincera. Ese día estrenaba unos notorios rasguños en la cara, producto de un encuentro con los travestis de su cuadra. "Malean a los chibolos" fue su explicación.
Tras una caminata de unos quince minutos, llegamos a un gran almacén lleno de cajas, máquinas viejas que no reconocí, pilas de periódicos amarillos con anuncios de los 60s y un par de amplificadores de edad indefinida. Y entre todo ese material de museo, dos guitarristas y un bajista. Una vez dados los saludos de rigor, me pude fijar en la batería. Era una Ludwig plateada al más puro estilo"Beatle" que me llenó de una, hasta ese entonces desconocida, emoción "nuevaolera".
Después de comprobar que todos estuviésemos afinados, el Mono lanzó una cuenta regresiva y ahí arrancó la cosa. Nos pusimos a "jammear" (o a huevear, que es prácticamente lo mismo). Entonces, se me dio por hacerme el muy rico improvisando unos ritmos a lo King Crimson (o sea, cualquier cojudez dado que jamás he llegado a entender qué es lo que hace esa gente) y los patas me seguían sin mayores contratiempos. Pensaba "Estos músicos son buenos. Hasta ahora ninguno me ha mandado a la mierda".
A eso de las 11 de la noche el Mono me acompañó de regreso a tomar el Enatru que cruzaba con Angamos, rumbo a mi pituco Monterrico. No sin antes decirme que los ensayos eran lunes, miércoles y viernes de siete a diez de la noche y "no me vengas con huevadas o te machuco". Fue así como me di cuenta que ya era miembro de la banda.
Y el nombre de la banda era "La Última Pieza".

Al día siguiente Pablo me preguntó que qué tal el ensayo. Le dije que había estado de puta madre. Que los patas tocaban como el carajo y que si no iba a ensayar, el Mono me iba a meter taba como a los travestis de su cuadra. Pablo me reveló el secreto de tanta maravilla: eran estudiantes de conservatorio.
Uy, curuju. Conservatorio. No lo pude asimilar y por un buen tiempo me creí la última Coca Cola del Sahara.

Con el ir de los ensayos fui conociendo mejor a mis nuevos amigos. Por ejemplo, el Mono. Era capaz de tocar cualquier instrumento del ande y las canciones estaban llenas de arreglos para quena. El primera guitarra era fan perdido de Santana. El segunda guitarra solo tocaba la acústica. Y en los descansos interpretaba temas propios con un alto contenido social (debo admitir que a veces me sonaban a apología senderista). El bajista era salsero. Y yo, un imitador de baterista de rock progresivo.
¡Fuimos el antecedente de La Sarita! Pero nadie se enteró.

Mis bateros favoritos (parte III)

1 comment:

miguelángĕlus said...

Vengo siguiendo esta serie con bastante deleite y, cómo negarlo, sorpresa.

¡Que continúe!

Y por cierto, si no es mucho pedir, ¿no podrían unas ilustraciones adornar la historia?

Digo...